miércoles, 29 de febrero de 2012

Compartir: la nueva opción “low cost”



CARMEN GARCÍA HERRERÍA  www.aceprensa.com   

    29.FEB.2012


Frente al individualismo del que se acusa a la sociedad actual, cada vez aparecen más formatos que permiten compartir e intercambiar bienes y servicios, de manera gratuita o low cost. Aunque se podría atribuir este fenómeno a la crisis económica, en realidad viene de antes, pero ha ido incrementándose en los últimos años. Gracias a las nuevas tecnologías, a los géneros más tradicionales, como ser au pair en el extranjero o tener una casa en multipropiedad, se añaden otros nuevos cada vez más originales.


La oficina compartida es una buena manera de ahorrar costes e intercambiar experiencias

Se acabó la moda de usar y tirar. Ahora lo innovador es rentabilizar al 100% cada objeto, cada espacio o cada talento. Una muestra de ello es que Internet está lleno de webs que se dedican al trueque: intercambio de productos y servicios entre los usuarios, pero sin que haya dinero de por medio. Así, uno puede cambiar su coche por otro, clases de piano a cambio de clases de inglés y un sinfín de opciones. Solo hay que navegar un poco para saber qué quiero obtener y qué puedo ofrecer a cambio.

“Co-working”
En esta línea, anunciaba  The Economist (31-12-2011) el aumento del co-working o trabajo compartido. Esta modalidad surgió hace unos años en EE.UU. y, aunque es minoritaria, ya está extendida por todo el mundo. El concepto de co-working es muy amplio pero se puede resumir en: una oficina sin política de oficina. Se trata de un espacio de trabajo que se alquila por unas horas y en el que, además de trabajar, las personas pueden hacer contactos y hablar con otros que, aunque no se dediquen a lo mismo, pueden aportarles algo.

Muchas de las compañías que se dedican a ofrecer este tipo servicios funcionan a nivel mundial, como por ejemplo, Loosecubes, The Hub o Regus. Sin embargo, el 65% de los lugares compartidos son espacios que sobran en empresas pequeñas, no puestos en un centro para co-workers. Empresas creativas y medios de comunicación son las que más usan este sistema, tanto para ofrecer espacios como para alojar a sus empleados, ya que es una buena manera de ahorrar costes e intercambiar experiencias.

La red social CouchSurfing une a personas que quieren visitar una ciudad y a otras que ofrecen su casa para dormir, de manera gratuita.

Este formato parece perfecto para todos aquellos que no tienen una jornada laboral completa y también para situaciones puntuales (reuniones, juntas…) o que requieran lugares más específicos como una cocina, un laboratorio, etc. Las facilidades que permite el trabajo en nube hacen posible que freelancers, emprendedores y en general todos los que tienen horario flexible, no estén abocados a trabajar desde casa o desde una cafetería, sino en un espacio que facilite la productividad y a la vez ahorre los costes que supone una propiedad o alquiler fijos.

Los principales problemas de este sistema son la dificultad para mantener la cultura corporativa y la confidencialidad. Por eso, aunque crece cada vez más y tiene muchas ventajas, es poco probable que el co-working llegue en algún momento a sustituir a las oficinas tradicionales.

Transporte compartido
Viajar ya no es lo que era, por lo menos económicamente hablando. El compartir, tanto transporte como alojamiento, es la opción low cost que empieza a triunfar en Internet, sobre todo entre los más jóvenes.

Blablacar (antes Comuto) es una página web, en la que los usuarios pueden ponerse en contacto con otros para viajar juntos en coche, ya sea en recorridos largos, viajes esporádicos o ir al trabajo diariamente. Es la web líder en Europa en este servicio, con 1,7 millones de usuarios registrados. Al darse de alta, las personas rellenan los datos de su perfil y, a partir de ahí, establecen sus preferencias. Uno puede ofrecer su coche o viajar en uno ajeno, seleccionar si quiere viajar con fumadores, dar la posibilidad de llevar animales, de escuchar música durante el trayecto e, incluso, viajar sólo con personas del mismo sexo.

Los viajeros pagan un precio acordado previamente, que nunca es superior al importe del trayecto (gasolina y peajes) y que suele ser inferior a lo que costaría en transporte público. No hay negocio por parte de ninguno de los viajeros, porque esto supondría tener que contratar un seguro profesional específico. Existen otras webs similares, algunas incluso con apoyo de instituciones públicas, como Compartir, con el fin de reducir costes económicos y ambientales.

Las razones que llevan a compartir coche con extraños no siempre son puramente económicas. Por ejemplo, en Madrid, la página web BusVao pone en contacto a usuarios con recorridos similares para que, al circular el vehículo con más de un ocupante, pueda acceder a los carriles del mismo nombre que hay en la comunidad. La diferencia de tiempo entre coger, en hora punta, la calzada normal de la autopista o el carril Bus Vao es por lo menos 30 minutos.

Alojamiento privado
En alojamiento para viajes, la estrella es la red social CouchSurfing, con más de 9 millones de miembros en todo el mundo. Une a personas que quieren visitar una ciudad y a otras que ofrecen su casa para dormir, de manera gratuita. Uno puede hospedar, ser huésped o simplemente ofrecerse para enseñar gratis su ciudad. Cada vez son más los usuarios de CouchSurfing que lo utilizan convencidos de que es una manera de aprender y escuchar a gente de otros países, de otras culturas, o como lo resume el vídeo promocional: “Tú les das un sofá y ellos te dan mucho más”.

Otro formato, un poco más serio para alojarse gratis durante unas vacaciones es intercambiar la propia vivienda, el yate (si se da el caso de que alguien con yate necesite intercambio) o la caravana con los de otra familia (v.gr. IntercambioCasas, Home for Home). Este modelo da opción de hacer el intercambio a la vez o de visitarse mutuamente en fechas distintas.

El éxito de estos nuevos modelos de viaje se basa en la confianza. Los que hospedan deciden a quién reciben en su casa o vehículo. En su perfil, cada usuario se define, ya sea a través de datos objetivos (por ejemplo su dirección, teléfono, modelo de vehículo que conducen o años que lleva con carnet de conducir) y otros más relativos (gustos, aficiones, horarios, normas…). El visitante puede consultar esa información y enviar una petición en caso de que esté interesado. El que hospeda decide si le recibe o no. En la mayoría de los casos, para que no sea una confianza ciega, después de cada viaje, ambos valoran la experiencia de manera pública (para todos los miembros de la comunidad), y así, cuando alguien recibe una petición para llevar a otro o alojarlo en su casa, antes de decidir, puede consultar las referencias de otros usuarios con respecto a esa persona. Esas valoraciones no pueden ser modificadas por el usuario al que hacen referencia.

Como se ve, las opciones de compartir o intercambiar son muy variadas y adaptables a todo tipo de públicos. Lo importante es no buscar en ellas un beneficio económico directo, sino una forma de ahorro. Dentro de un tiempo podremos comprobar si los intercambios low cost son una moda pasajera o un nuevo estilo de “relación comercial”.





martes, 21 de febrero de 2012

Ética política y dimisiones

El presidente de Alemania, Christian Wulff, ha dimitido. La justicia determinará si delinquió. La perdición de Wulff no ha estado tanto en el incidente en sí mismo (un préstamo no declarado en su momento) como en la ocultación de la verdad.


Artículo de Alejandro Navas, profesor de Sociología de la Universidad de Navarra / www.scriptor.og / martes 21 de febrero de 2012

Se veía venir desde hace semanas: finalmente, el presidente de Alemania, Christian Wulff, ha dimitido. La justicia determinará si delinquió; en cualquier caso, se trata de un asunto de menor cuantía. Como tantas otras veces -en los países donde los políticos dimiten-, la perdición de Wulff no ha estado tanto en el incidente en sí mismo (un préstamo no declarado en su momento y unas vacaciones en la residencia de un amigo millonario) como en la ocultación de la verdad.

Clinton estuvo a punto de perder la presidencia estadounidense, no por haber vivido un affaire amoroso con la becaria, sino por haber mentido. Se acepta la debilidad humana, pero una vez que el culpable ha sido pillado con las manos en la masa, tiene que reconocerlo y actuar en consecuencia: dimisión, comparecencia ante el juez, restitución de lo robado, devolución del título de doctor…

La del presidente alemán se alinea con otras dimisiones sonadas de estas últimas semanas: el presidente del Banco Central suizo tuvo que renunciar porque su esposa se había beneficiado de información privilegiada en la compra de divisas; el ministro británico de Energía se ha ido por haber endosado a su mujer una multa de tráfico… en 2003.

Si comparamos esos episodios con la política española, llama la atención lo fino que se hila en esas democracias europeas. Lo que entre nosotros apenas merecería una alusión de pasada en cualquier debate o crónica, allí provoca un auténtico escándalo, capaz de arruinar las carreras políticas más asentadas o prometedoras.

Estos días asistimos al enésimo acto de dramas -o tragicomedias: uno se siente perplejo a la hora de denominarlos- como Gürtel, los ERE andaluces o las remuneraciones de los políticos en los consejos de las cajas de ahorros (Caja Navarra incluida). Aquí pueden ocurrir cosas gravísimas, por su naturaleza o por la cantidad de dinero en juego -mil millones, en el caso de los ERE- y no pasa nada.

Los partidos y gobiernos sostienen a su gente más allá de toda lógica, y a los implicados ni se les pasa por la cabeza la posibilidad de dimitir. Y si alguno sucumbiera a esa tentación, puede contar con que el partido no le dejará en la estacada: al cabo de no mucho tiempo se verá convenientemente retribuido con algún nuevo cargo.

[…]¿Qué se puede hacer con nuestra recalcitrante clase política, siempre dispuesta a volver a las andadas? ¿Cómo lograr entre nosotros una cultura cívica similar a la de alemanes, suizos o ingleses? Lo primero sería no caer en el simplismo: es verdad que algunos políticos no están a la altura, pero otros muchos son honestos y trabajadores.

Hay que apoyar y premiar a los buenos, aunque no sea más que con palabras de ánimo a través de las redes sociales y con el voto en las elecciones: que sientan que no son gente rara, que la ciudadanía está con ellos.

Y no hay que cansarse de denunciar a los malos. Los expertos en comunicación saben que para lograr que un mensaje llegue a calar en el público, hay que repetirlo sin cansancio, con ocasión y sin ella. Lo mismo vale para la denuncia: la reiteración de las conductas indeseables no puede llevar a un embotamiento de la conciencia ciudadana. Con demasiada frecuencia, la gente de a pie nos hacemos cómplices de la corrupción cuando la consideramos inevitable y respondemos con un simple encogimiento de hombros.






martes, 7 de febrero de 2012

Los anti-excelentes

 Dice el nuevo ministro de Cultura que el problema de España empezó el día que nos burlamos del empollón de clase. 


Un filósofo, un sociólogo y un escritor retoman la idea. 


 Artículo de Luis Alemany / www.elmundo.es
martes 7 de febrero de 2012


Si el lector es español, seguro que recuerda esta escena: los años del bachillerato, una clase de inglés, un alumno que se esfuerza por pronunciar bien. Sus compañeros le toman el pelo por ello. El alumno bienintencionado no volverá a abrir la boca.


Después, tanto él como sus colegas se pasarán media vida adulta tratando de adecentar el inglés que no aprendieron en el instituto. A ese tipo de historias, seguramente, se refería el pasado domingo el ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, en la entrevista que concedió al diario El Mundo. 'La cultura anti empollón genera mediocridad', dijo el ministro. Y aunque sus palabras se dirigían hacia el terreno de la Educación, hay quien piensa que, en realidad, existe un afán de antiexcelencia en toda la cultura española. Un sociólogo, un novelista y profesor universitario y un filósofo responden.


La buena vida


César García, profesor universitario en el estado de Washington es el autor del ensayo 'American psique', que, entre otras cosas, habla de la falta de una cultura de la meritocracia en España.


De modo que el asunto le toca: 'En España suele establecerse una oposición entre lo que significa vivir la buena vida y ser excelente en lo que uno hace, como si fueran cosas incompatibles. Muchos españoles justifican la ausencia de éxito académico o profesional en sus vidas como una elección personal en la que la inteligencia verdadera está del lado del que, como ellos, ha optado por no sacrificarse demasiado'.


'Donde más aprecio esta actitud', continúa García en un correo electrónico, 'es en la ausencia de reconocimiento al trabajo bien hecho que se da tanto en las instituciones educativas como en todo tipo de organizaciones. En la escuela de mi hijo, pública, se realiza una entrega de premios todos los meses a los mejores alumnos. El concepto de excelencia también es abierto, puede ser que el alumno reciba el premio por haber sido un gran estudiante pero también por haber demostrado ser una buena persona con sus acciones. Lo moral y lo académico van de la mano'. 


'En las empresas también se nota mucho. La competencia entre empleados para lograr premios o bonus (muy frecuentes en las empresas americanas) se percibe como algo positivo y nunca como un juego de suma cero o en demérito de los otros que no lo han logrado. Eso, por supuesto, no significa que no haya casos de envidia; los americanos tampoco son perfectos'.


Democracia mal entendida


El filósofo Aurelio Arteta, catedrático de Filosofía Política y Moral de la Universidad del País Vasco también tiene un ensayo reciente que tiene que ver con la pereza intelectual:


'Tantos tontos tópicos'. Su respuesta también llega por correo electrónico: 'Me extrañaría mucho que, para hacerse un hueco en el mercado de cualquier producto (salvo quizá en ciertas áreas del arte o de la música presentes), sirviera una cultura de la anti-excelencia. Sólo sirve la excelencia, sea para vender automóviles o chupa-chups. En términos de Marx, también el valor de uso condiciona el valor de cambio. Otra cosa puede ocurrir en la factoría educativa en todos sus grados, que produce titulados'.


'Aquí es donde aparece la figura del anti-empollón', continúa Arteta, 'que corresponde a los más débiles o a los más tontos de clase. Estos no hacen más que seguir la principal pasión democrática: todos debemos ser iguales, que nadie sobresalga porque nos humilla, hay que someterse al grupo. Por tanto, el que estudia y saca buenas notas será un empollón, no un tipo inteligente, apasionado o trabajador. Estos últimos, además de cumplir su afición o su deber sin avergonzarse, saben que necesitan un buen expediente para obtener la beca que les permita seguir estudiando'.


Y en la cultura 


Llamada telefónica a Antonio Orejudo, novelista y profesor de Literatura en la Universidad de Almería. Su última novela, 'Un momento de descanso', habla de las miserias intelectuales de la universidad en España y en Estados Unidos, donde Orejudo fue profesor en un par de 'colleges'. 'Es verdad que en España no existe una cultura del mérito. No sobresale el que es inteligente y se esfuerza. Eso lo veo en la universidad igual que en el mundo de la cultura, donde hay grandes talentos esquinados y autores increíblemente sobredimensionados'.


En 'Un momento de descanso', por ejemplo, aparece retratada una oposición universitaria que empieza por ser un delirio y termina en una escena de tortura bastante 'gore': 'En la universidad, el método de las oposiciones es el gran ejemplo de esto. No se elige por méritos sino por camadas. Y sí, supongo que hay una línea que lleva desde el empollón al que acosan en el colegio hasta el catedrático mediocre'.


¿Y en Estados Unidos? '. La enseñanza universitaria en Estados Unidos tiene otros problemas. Pero ése, no; ojalá fuéramos tan escrupulosos como ellos a la hora de premiar el mérito. El propio sistema hace imposible llenar un departamento de discípulos y amiguetes... Entre otras cosas, porque les va la supervivencia financiera en ello'.


El 'nerd' 


César García continúa por esa línea: 'En la vida americana, el equivalente del empollón seria el 'nerd', un término estereotipado que se utiliza para el chico que obtiene buenos resultados académicos pero quizás es un inadaptado social o poco agraciado físicamente.


Sin embargo, en Estados Unidos la expectativa de la gente es que, en último término, el mundo será de los 'nerds' y que estos pueden acabar siendo 'cool'. Ahí tienes los ejemplos de Obama o Bill Gates. En España, el ejemplo del empollón es Mariano Rajoy, denigrado con frecuencia por ser 'un registrador de la propiedad''.


Entonces, ¿cuál es el problema? '. A mi me parece que la existencia de esta cultura de la anti-excelencia tiene que ver con factores culturales antropológicos y también, digamos, de la cultura política', explica García. 'Respecto a los primeros, yo diría que surge como salvaguarda del individuo en una cultura que tiene aversión al riesgo y donde falta confianza entre las personas. Ser excelente, en el fondo, implica asumir algún tipo de riesgo a cambio de una recompensa que puede llegar o no de la misma forma que requiere de un reconocimiento de otros individuos ya que la excelencia tiene un componente subjetivo. Buscar la excelencia supone asumir riesgos y poner a prueba la frágil confianza que tenemos en el juicio de los demás, lo cual en nuestra cultura se antoja complicado.


'También pienso', concluye García, 'que el igualitarismo propio del pensamiento socialdemócrata español, que ha hecho creer a la gente que la igualdad es un fin en sí mismo y no un punto de partida para que las personas, las cuales no son iguales ni mucho menos, cultiven y desarrollen sus capacidades y, si es preciso, marquen diferencias. Curiosamente, en el deporte sí admitimos la diferencia'.




lunes, 6 de febrero de 2012

Una más de la familia


Remedios Falaguera
Diplomada en Magisterio por Edetania (Valencia) y en Periodismo por la Universidad Internacional de Cataluña (UIC).

        “¡Es una cosa de primera importancia el trabajo en el hogar! Por lo demás, todos los trabajos pueden tener la misma calidad sobrenatural: no hay tareas grandes o pequeñas; todas son grandes, si se hacen por amor. Las que se tienen como tareas grandes se empequeñecen, cuando se pierde el sentido cristiano de la vida. En cambio, hay cosas, aparentemente pequeñas, que pueden ser muy grandes por las consecuencias reales que tienen”. San Josemaría Escrivá.

         Llevo años buscando una oportunidad para agradecer públicamente el trabajo profesional de las empleadas de hogar. Y hoy, días después de que mi gran colaboradora, mi gran aliada, y mi gran amiga, nos haya dejado para ir a descansar al cielo, considero un deber de justicia y gratitud reconocer el valor que tiene esta profesión del trabajo doméstico. Ella está en el cielo y Dios con ella. Ha servido a los demás hasta la última gota de su vida, exprimida como un limón, atenta siempre a quienes más la necesitaban, con lealtad y alegría, sin guardarse nada para sí misma.

         Estoy convencida de que el Señor al verla llegar le susurró al oído con una gran sonrisa: "Está bien, sierva buena y fiel, puesto que has sido fiel en lo poco, te encargaré de mucho más: entra a participar del gozo de tu señor".

         Es verdad que el trabajo en el hogar esta poco reconocido y valorado socialmente. Pero es “un oficio —solía decir San Josemaría Escrivá— de trascendencia muy particular, porque se puede hacer con él mucho bien o mucho mal en la entraña misma de las familias”. Es más, añadía: “A través de esa profesión —porque lo es, verdadera y noble— influyen positivamente no sólo en la familia, sino en multitud de amigos y de conocidos, en personas con las que de un modo u otro se relacionan, cumpliendo una tarea mucho más extensa a veces que la de otros profesionales”.

         Decía Juan Pablo II a cinco mil empleadas de hogar el 29 de abril de 1979: “Vuestro trabajo de colaboradoras familiares: ¡No es una humillación vuestra tarea, sino una consagración!” Y añadía: “Efectivamente, vosotras colaboráis directamente a la buena marcha de la familia; y ésta es una gran tarea, se diría casi una misión, para la que son necesarias una preparación y una madurez adecuadas, para ser competentes en las diversas actividades domésticas, para racionalizar el trabajo y conocer la psicología familiar, para aprender la llamada “pedagogía del esfuerzo”, que hace organizar mejor los propios servicios, y también para ejercitar la necesaria función educadora. Es todo un mundo importantísimo y precioso que se abre cada día a vuestros ojos y a vuestras responsabilidades”.

         Y tengo que reconocer que debido a mi situación personal, familiar y profesional, unas temporadas más otras menos, siempre las he necesitado a mi lado como pieza fundamental para mover el engranaje con el que la casa y todos los que vivimos en ella funcionamos a la perfección.

         No solo porque con su ayuda en el orden, limpieza y organización de mi hogar han contribuido a crear un ambiente acogedor y agradable fundamental para la convivencia; ni porque —gracias a Dios—, he podido contar con su ayuda y su apoyo necesario, indispensable e impagable en todas y cada una de las tareas que conllevan el cuidado y educación de mis hijos.

         Más bien, porque gracias a ellas, durante años, he podido dedicar parte de mi tiempo a lo que más me gusta en el mundo: mi familia, mis amigos y mi trabajo. Y esto, que no es poco, les hace merecedoras del título: “una más de la familia”.

        ¡Por eso, hoy —como decía Juan Pablo II con el que me identifico—, va mi aplauso a todas las mujeres comprometidas en la actividad doméstica y a vosotras, colaboradoras familiares, que aportáis vuestro ingenio y vuestra fatiga para el bien de la casa!”





viernes, 3 de febrero de 2012

Por dónde deben ir las reformas educativas


Aceprensa, 03/02/12

   La reforma de la educación parece una de las tareas más urgentes y a la vez más escabrosas que toca hacer al nuevo gobierno. Los mediocres resultados obtenidos por los alumnos españoles en las evaluaciones internacionales señalan claramente la necesidad de cambiar, pero no ofrecen un diagnóstico claro de los problemas.

   Frecuentemente se habla del contexto socioeconómico de los estudiantes como el factor más determinante, aunque la diferencia entre chicos y chicas del mismo estrato social da cuenta de que la solución es más compleja. No es tampoco una cuestión de dinero ni de tamaño de las aulas: distintos estudios han demostrado que, una vez cubiertas las necesidades fundamentales, la dotación de más recursos económicos apenas mejora los resultados.

   ¿Cuál es entonces la fórmula mágica? Luis Garicano, catedrático de Economía y Estrategia en la Londol School of Economics, ofrece en Actualidad Económica (febrero de 2012) tres respuestas basándose en un estudio recientemente elaborado por dos economistas desde una perspectiva puramente pragmática: lo que hace mejorar las notas de los alumnos es la calidad del profesorado, la obligación de someterse a una evaluación objetiva –mejor si se incluyen pruebas externas-, y la autonomía de los colegios para escoger sus profesores.

   En esto consiste la mejora que está al alcance del sistema educativo; muy importante es también el nivel cultural de las familias de los estudiantes –el estudio analiza las diferentes puntuaciones obtenidas por niños con hogares cargados de libros y otros que apenas los ven en casa-, pero este es un aspecto en el que el sistema educativo solo puede influir de manera indirecta.

Los siete males de la educación actual

Enrique Fernández, presidente de la Asociación Sindical Piensa, sintetiza en siete puntos las deficiencias del sistema educativo español (Siete pecados capitales del actual sistema educativo, Magisterio, 25-01-2012). El diagnóstico se separa deliberadamente de lo que se ha denominado la “nueva pedagogía”, basada en la función democratizadora y socializadora de la escuela. Fernández considera que la ineficiencia de la escuela española tiene que ver con una falta de realismo y un exceso de teorías educativas.

El primer mal es “la comprensividad”: Fernández propone claramente, y en contra del discurso inclusivista, separar a los alumnos con diferentes motivaciones. Con el actual sistema “solo se consigue fomentar la frustración de los peores y obstaculizar el progreso de los mejores”. Por eso, entiende que “establecer itinerarios en Secundaria y desterrar la promoción por edad no es una opción política, sino una necesidad de cualquier sistema que pretenda eficacia y justicia”.

El segundo mal de la escuela española es lo que Fernández llama “paternalismo”: los institutos tienen que centrarse en su función educativa, y no rebajar la exigencia por lograr una “solidaridad” con los alumnos que al final resulta un flaco favor para su capacitación. Lo realmente insolidario es “es regalar títulos sin ningún valor, pues malogra las posibilidades de quienes sólo cuentan con sus capacidades para mejorar su situación”.

El tercer mal es “la impunidad”: Fernández se queja que las escuelas asumen, otra vez, una función que no les corresponde, en este caso la de correccionales. “Es absurdo pretender que en los institutos se custodie a jóvenes con problemas severos de conducta. Mejor atendidos estarían en centros especializados”.

El cuarto mal descrito por Fernández es toda una diatriba contra los planteamientos excesivamente teóricos –y poco realistas– de la educación. Es lo que denomina “pedagogismo”. Fernández considera que “la experiencia en el aula resulta por lo general más instructiva que cualquier lectura”. Y lanza un dardo a los equipos de orientación psicopedagógica: “Su contribución a la causa común mejoraría considerablemente si pasaran más tiempo en las aulas y menos en los despachos”.

El quinto pecado de la educación española es, para Fernández, el “esnobismo tecnológico”: repartir ordenadores a los alumnos y facilitarles el acceso a Internet no es de por sí una herramienta educativa: “ahora está todo en Internet, como antes estaba en las bibliotecas, pero mal nos hubiera ido si en nuestros años de instituto, en lugar de dedicarnos a asimilar el contenido de los libros, nos hubiéramos ocupado sólo de aprender a buscar en índices y ficheros”.

El sexto mal es el provincianismo: “empeñarse en adaptar los contenidos curriculares al contexto sociocultural, lejos de facilitar el acceso de todos al conocimiento, alimenta las desigualdades, el etnocentrismo y la ignorancia”.

Por último, Fernández critica el exceso de burocracia que atenaza cualquier iniciativa pedagógica, algo que “consume energías que al profesor no le sobran”.

En conjunto, Luis Garicano y Enrique Fernández coinciden bastante en sus análisis, uno más constructivo y otro más crítico. La mejora del sistema pasa en primer lugar por la capacitación y exigente selección del profesorado –Fernández pide “oposiciones exigentes y rigurosas para los distintos niveles y especialidades”–; además, los criterios de evaluación tienen que ser exigentes, y a ser posible permitir una evaluación externa objetiva –“que el acceso a la inspección educativa deje de estar sujeto a designación política”, reclama Fernández–. Por último, autonomía para los colegios y para los profesores dentro de los colegios, para que el rigor de la burocracia no ahogue las propuestas educativas interesantes.