lunes, 30 de diciembre de 2013

Más generosos, más satisfechos en el matrimonio


Un matrimonio generoso tiene más posibilidades de ser feliz.. Un estudio publicado por The Family Watch nos permite comprender por qué los pequeños actos de servicio, las muestras frecuentes de afecto y el perdón mejoran la convivencia matrimonial.

Articulo de Juan Messeguer / www.aceprensa.com


En algunas columnas dedicadas a las relaciones de pareja es frecuente que, por un lado, se exalten las emociones intensas y, por otro, se haga un elogio de los vínculos frágiles. Cada cual tendría derecho a vivir romances apasionados, siempre y cuando se reserve a la vez el suficiente espacio para poner tierra de por medio y evitar así el escozor de unos compromisos demasiado agobiantes.

Tal y como la describe el sociólogo Zygmunt Bauman en su libro Amor líquido, la nueva norma que recomiendan estos consejeros a sus lectores es “que presten más atención a su capacidad interior para el goce y el placer, así como menos "dependencia" de los otros, menos atención a las exigencias de los otros, y mayor distancia y frialdad a la hora de calcular pérdidas y ganancias”.

Semejante norma entronca con el modelo individualista de matrimonio que, según los autores del estudio (1), parece estar calando entre muchos norteamericanos. Es a partir de los años setenta del siglo pasado cuando “el matrimonio empieza a verse como un instrumento para satisfacer necesidades personales antes que como una oportunidad para servir al otro cónyuge en la vida corriente, algo que es bueno para ambos”, explica W. Bradford Wilcox, profesor de sociología de la Universidad de Virginia, autor de la investigación junto con Jeffrey Dew.

Un contrapeso a esta visión lo constituyen los hábitos de la generosidad y el sacrificio, los cuales requieren que ambos cónyuges pongan las necesidades del otro por delante de las suyas. Sin esa renuncia por parte de ambos, el equilibrio salta por los aires y la estabilidad matrimonial se tambalea.

Para estudiar cómo influyen estos hábitos en la satisfacción de los esposos con su matrimonio, los autores se basaron en la Survey of Marital Generosity. Esta encuesta es una muestra nacional representativa de individuos casados (1.705 varones y 1.745 mujeres; de ellos, 1.630 estaban casados entre sí) que fueron entrevistados entre 2010 y 2011. Los encuestados tenían entre 18 y 45 años, aunque los cónyuges del participante principal podían tener hasta 55 años.

Tres formas de generosidad
En el estudio, la generosidad es definida como “la virtud de dar cosas buenas al otro cónyuge libremente y en abundancia”. Se han valorado tres comportamientos concretos: los pequeños actos de servicio (por ejemplo, hacer el café por la mañana); las muestras frecuentes de afecto; y el perdón. Ninguno de estos tres actos son obligaciones estrictas del matrimonio, como sí lo son la fidelidad, la ayuda mutua o el apoyo económico.

Según los autores, el comportamiento generoso es tan decisivo en la vida conyugal porque “envía el mensaje al otro de que se quiere mantener la relación”. En el caso de los actos de servicio, por ejemplo, presupone conocer las preferencias del cónyuge; además, son ocasión para dar nuevas sorpresas y “tienden a provocar un sentido de gratitud en el cónyuge que los recibe; gratitud que, a su vez, está vinculada con emociones positivas” como la felicidad.

Por su parte, las muestras frecuentes de afecto favorecen la empatía y la comunicación. Puede parecer evidente, pero a menudo estas manifestaciones se pasan por alto cuando la gente anda de cabeza. A veces ocurre que, al llegar a casa, los esposos se entretienen con las redes sociales o con la televisión. O bien se entregan a sus hijos con tanta dedicación que les queda poco tiempo para cultivar su matrimonio.

Perdonar es un acto especial de generosidad porque, sin que pueda ser exigido, absuelve de la culpa al cónyuge por la ofensa recibida o por no haber estado a la altura.

Cuidar lo pequeño
El estudio destaca, como primera conclusión, que la generosidad de uno de los cónyuges favorece que ambos esposos –tanto el que da como el que recibe– se sientan mejor en el matrimonio, lo que a su vez aleja la probabilidad de divorcio.

Un matrimonio generoso da lugar a un “círculo virtuoso”, de modo que la entrega de uno de los cónyuges acaba llamando a la entrega del otro. El estudio constata cómo los pequeños sacrificios pueden aumentar los sentimientos de autoestima del cónyuge que se beneficia de ellos, así como avivar su sentido de gratitud y aprecio hacia el que los realiza.

Ahora bien, como advierten los autores en la discusión de las conclusiones, el comportamiento generoso no ha de verse como un anzuelo para ganarse el favor del cónyuge. De hecho, “la generosidad suele estar motivada por el deseo de beneficiar al otro, y no de recibir algo a cambio. Una conducta basada en el esquema "doy para que me des" no parece compatible con la idea de la generosidad”.

Otra conclusión interesante es que para mejorar la convivencia entre los esposos no hace falta recurrir a grandes gestos de generosidad, sino que a menudo bastarán pequeñas acciones positivas que introducen mayor novedad en el matrimonio.

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Notas(1) Jeffrey Dew y W. Bradford Wilcox. “¿Da y recibirás? Generosidad, sacrificio y calidad conyugal”. 1 septiembre 2012. IFFD PAPERS nº 12. Producido por The Family Watch.








miércoles, 25 de diciembre de 2013

Por qué traer un(a) hijo(a)


Una visión optimista de la natalidad que afronta positivamente el gran don, para el matrimonio, de tener hijos. 

Realmente debemos y podríamos hacer un mundo mejor.











viernes, 20 de diciembre de 2013

El poder de la bondad

Una bonita historia que puede ser un buen ejemplo para reflexionar y un modelo a seguir.




 















domingo, 15 de diciembre de 2013

¿Adicción a las redes Sociales? Luz roja de una conducta descontrolada



“Mi marido es adicto a Twitter y a la luz roja de la Blackberry”, decía preocupada una mujer. En cualquier lugar y a cualquier hora, enviaba tuits compulsivamente, y consultaba sin parar sus menciones e interacciones en Twitter.

reportaje de Enrique García Romero /www.aceprensa.com

¿Existe la adicción a Internet y a las redes sociales?
Según un estudio de la Universidad de Chicago, realizado con 205 personas, Facebook y Twitter son más adictivos que los cigarrillos o el alcohol. La conclusión de Wilhelm Hofmann, responsable de esta investigación, es que el deseo de usar las redes sociales es más difícil de resistir que el de fumar o beber alcohol, porque las redes sociales están más fácilmente disponibles, y porque existe la sensación de que el precio de engancharse a ellas es bajo.

¿Puede estar un día sin entrar en Twitter o Facebook? ¿Descuida su trabajo o sus obligaciones familiares por estar demasiado tiempo en Internet? ¿Está más pendiente de sus “amigos virtuales” que de los reales?
En muchos casos, el problema puede surgir por no saber desconectar, y estar constantemente pendiente del smartphone, para ver qué recibo y qué respondo. Algunos altos ejecutivos de empresas tecnológicas declaraban recientemente al New York Times su preocupación por las consecuencias negativas que esto puede generar.

Stuart Crabb, uno de los directores ejecutivos de Facebook, aconseja desconectar y dejar de usar, de vez en cuando, los ordenadores y smartphones. Richard Fernández, ejecutivo de Google, señala que los riesgos de estar demasiado “enganchado” a los dispositivos electrónicos son grandes. Según él, “los consumidores necesitan una brújula interna para saber equilibrar las capacidades que la tecnología les ofrece para trabajar y buscar, y la calidad de la vida que vivenoffline”.

Por su parte, Kelly McGonigal, psicóloga de la Universidad de Standford, cree que los aparatos interactivos pueden generar una sensación permanente de emergencia, activando mecanismos de estrés en el cerebro: “La gente no se considera adicta, pero sí atrapada”.

Satisfacción rápida y sin esfuerzo
Una adicción es la repetida vivencia de una necesidad imperiosa, difícilmente evitable, de consumir o hacer algo. Supone la pérdida del control sobre un determinado comportamiento, aun siendo consciente de las consecuencias negativas que pueda tener dicha actuación. El riesgo de desarrollar una dependencia de este tipo está en función de lo adictiva que sea la sustancia o la conducta, las características de la personalidad de cada uno, y el ambiente que rodea a la persona.

El doctor Javier Cabanyes, del departamento de Neurología de la Clínica Universitaria de Navarra, afirma que “Internet y las redes sociales pueden tener un alto poder adictivo, ya que producen satisfacciones en diferentes campos –conocimiento, curiosidad, estética, emociones, apoyos, sexualidad–; lo hacen de forma rápida y sin esfuerzo; pueden evitar insatisfacciones –inseguridad, temor, timidez, vergüenza–; y permiten hacerlo desde un mundo de deseos y fantasías autoconstruido, elaborado a medida”.

Si quien hace uso de Internet y las redes sociales “no tiene el suficiente autocontrol –por edad, por deficiente configuración de la personalidad, o por problemas añadidos como la soledad, baja autoestima, marginación, conflictividad familiar o social, etcétera–, el riesgo de adicción es mayor, al confluir un alto poder adictivo con escasos recursos de control personal”.

Algunos síntomas
A diferencia del mero usuario, la persona adicta a Internet o a las redes sociales se va focalizando cada vez más en esa actividad, va perdiendo otros intereses, y nada le atrae más que estar conectado. Al mismo tiempo, descuida o abandona otras actividades –estudio, trabajo, obligaciones familiares–; pierde relaciones personales, abandona otros intereses –deporte, formación personal, participación en eventos sociales fuera del ámbito cibernético–; y se va alejando progresivamente del mundo real.

Al consolidarse la adicción, la persona afectada necesita dedicar cada vez más tiempo e intensidad a esa actividad, para conseguir lo que antes lograba con menos. “La persona –añade Cabanyes– experimenta un marcado desasosiego, irritabilidad e incluso malestar físico cuando no está llevando a cabo esas actividades, lo que le potencia la necesidad imperiosa de realizarlas”.

Un caso real: un joven de veinte años fue abandonando progresivamente sus estudios universitarios, restringiendo las relaciones con sus amigos y la vida familiar, para encerrarse cada vez más en su habitación y ocuparse de su blog sobre balonmano. A través de dicho blog, había ido contactando con muchas personas que le seguían y le hacían preguntas, pues el joven poseía amplios conocimientos sobre ese deporte. El doctor Cabanyes explica que “la intervención terapéutica no fue fácil, pero finalmente se logró que superara la inseguridad que tenía de fondo, compensada anómalamente en el mundo virtual, y que desplegara muchas de sus capacidades, abriéndose al mundo real y experimentando, así, más satisfacciones”.

¿Problemas ya existentes?
Según algunas informaciones, la American Psyquiatric
Association planea incluir en 2013 el “desorden en el uso de Internet” en el apéndice de su manual de desórdenes mentales, el Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, que se considera la obra de referencia en trastornos psíquiátricos.

Sin embargo, no existe una postura unánime sobre este tema, pues algunos autores y estudiosos consideran que no existe la adicción a Internet como tal. Por ejemplo, Vaughan Bell, profesor del Instituto de Psiquiatría del King’s College de Londres, considera que “la gente es adicta a sustancias o actividades, no a un medio de comunicación. Decir que soy adicto a Internet es tan absurdo como decir que lo soy a las ondas de radio”.

Como él, varios psicólogos y psiquiatras llevan años estudiando la relación entre interacción social e Internet. Los resultados de Scott Caplan, de la Universidad de Delaware (EEUU), revelan que las personas con ansiedad, depresión y dificultad para socializar tienden a usar más Internet. Según Caplan, la Red no crea patologías, sino que canaliza un problema ya existente.

Sea como fuere, pasar demasiado tiempo en Internet o en las redes sociales puede llevar a descuidar obligaciones; o a dejar en un segundo plano amistades personales, más enriquecedoras que una relación virtual.

Para solucionar el problema de la supuesta adicción a Internet, Javier Cabanyes considera que “es necesario potenciar el autocontrol, asumir la realidad, dar un sentido más hondo a la vida y disponer de verdaderos apoyos sociales”.

Respecto a la prevención, es una cuestión educativa: procede de educar el control personal y proponer razones para ello: “Los padres han de educar en el sentido de los límites, con modelos atractivos y coherentes. La escuela debe ser un refuerzo en la misma línea, y un ámbito de desarrollo personal y de habilidades sociales.”

Es evidente que Internet ha supuesto una revolución en el acceso a la información y al conocimiento, con claros beneficios para la humanidad. Pero como cualquier otra herramienta, enriquece o empobrece según el uso que se le dé, del cómo y el para qué.

¿Internet nos hace superficiales?
Sin llegar al extremo de la adicción, Internet y las redes sociales también pueden generar distracción y superficialidad. El escritor estadounidense Nicholas Carr, autor del libro Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?, afirma que “Internet alienta la multitarea y fomenta muy poco la concentración. Cuando abres un libro, te aíslas de todo porque no hay nada más que sus páginas. Cuando enciendes el ordenador, te llegan mensajes de todas partes, es una máquina de interrupciones constantes”.

En declaraciones a El País, Carr reconoce que Internet aporta muchas cosas positivas: “Nos permite mostrar nuestras creaciones, compartir pensamientos, estar en contacto con los amigos, y hasta nos ofrece oportunidades laborales”. Internet y las nuevas tecnologías “están teniendo tanto efecto en nuestra forma de pensar porque son útiles, entretenidas y divertidas. Si no lo fueran, no nos sentiríamos tan atraídos por ellas”.

Sin embargo, este autor considera que “nos estamos dirigiendo hacia un ideal muy utilitario, donde lo importante es lo eficiente que uno es procesando información, y donde deja de apreciarse el pensamiento contemplativo, abierto, que no necesariamente tiene un fin práctico y que, sin embargo, estimula la creatividad”.

Para Carr, la capacidad para concentrarse en una sola cosa “es clave en la memoria a largo plazo, en el pensamiento crítico y conceptual, y en muchas formas de creatividad. Incluso las emociones y la empatía precisan de tiempo para ser procesadas. Si no invertimos ese tiempo, nos deshumanizamos cada vez más”.







martes, 10 de diciembre de 2013

Un premio Nobel de Física asegura que cree más en Dios gracias a la ciencia, que pese a ella


El pasado día 5 de noviembre fue el 64 cumpleaños de William Daniel Phillips, físico estadounidense y ganador del Premio Nobel de Física en 1997 por el desarrollo de métodos para enfriar y capturar átomos por láser.

noticia de Sara Martin / www.religioenlibertad.com


Durante mucho tiempo ha sido miembro del National Institute of Standards and Technology (Instituto Nacional de Estándares y Tecnología), es profesor en la Universidad de Maryland y también uno de los fundadores de la International Society for Science & Religion (Sociedad Internacional para la Ciencia y la Religión).

Unión entre ciencia y fe
Hace años, escribió su testimonio explicando su pensamiento sobre la existencia de Dios y sobre la unión entre la ciencia y la fe, que puede consultarse AQUÍ

«La Ciencia y la Religión no son enemigos irreconciliables»
«Muchos creen que la Ciencia, ofreciendo explicaciones, se opone a la comprensión de que el universo es una creación amorosa de Dios», comienza en su exposición el científico, «creen que la Ciencia y la Religión son enemigos irreconciliables, pero no es así».

William Phillips responde a esta pregunta a través de su experiencia: «Yo soy físico. Hago investigación tradicional, publico en revistas, presento mis investigaciones en reuniones profesionales, enseño a estudiantes e investigadores post-doctorales, intento aprender cómo funciona la naturaleza. En otras palabras, soy un científico ordinario».

Reza con regularidad...
Pero, continua, «también soy una persona de fe religiosa. Asisto a la iglesia, canto gospel en el coro, todos los domingos voy al catecismo, rezo con regularidad, trato de "hacer justicia, amar la misericordia, y caminar humildemente con mi Dios". En otras palabras, soy una persona común de fe».

...y no es una contradicción con ser científico
Para mucha gente, esto puede parecer una contradicción: «¡Un científico serio que cree seriamente en Dios! Pero, para muchas personas más, soy una persona como ellos. Aunque la mayor parte de la atención de los medios de comunicación va enfocada a los ateos "estridentes" que dicen que la religión es una superstición tonta, o los creacionistas fundamentalistas que niegan la evidencia clara de la evolución cósmica y biológica, la mayoría de la gente que conozco no tiene ninguna dificultad en aceptar el conocimiento científico y mantener la fe religiosa», asegura.

¿Cómo puedo creer en Dios?
Continúa el Premio Nobel: «Como físico experimental, necesito pruebas, experimentos reproducibles y una lógica rigurosa para apoyar cualquier hipótesis científica. ¿Cómo puede una persona así basarse en la fe?», reta.

Él mismo se plantea dos preguntas que tiene que responder: ¿Cómo puedo creer en Dios? y ¿Por qué creo en Dios? ¿Cómo puedo creer en Dios?

«Un científico puede creer en Dios porque esta convicción no es una cuestión científica. Una afirmación científica debe ser "falsificable", es decir, debe haber algunos resultados que, al menos en principio, podrían demostrar que la afirmación es falsa [....]. Por el contrario, las afirmaciones religiosas no tienen que ser necesariamente "falsificables"», argumenta William Phillips. 

«No es necesario que todo enunciado sea un enunciado científico; ni tampoco por ello los enunciados que simplemente no son científicos pasan a ser afirmaciones inútiles o irracionales. La ciencia no es la única manera útil de ver la vida», razona el premio Nobel.

¿Por qué creo en Dios?
«Como físico, observo la naturaleza desde un punto de vista particular. Veo un universo ordenado, hermoso, en el que casi todos los fenómenos físicos pueden ser entendidos con unas pocas y simples ecuaciones matemáticas. Veo a un universo que, de haber sido construido de una manera ligeramente diferente, nunca habría dado a luz a las estrellas y los planetas. Y no hay ninguna razón científica por la cual el universo no podría haber sido diferente. Muchos buenos científicos han concluido con estas observaciones que un Dios inteligente ha decidido crear el universo con esta propiedad hermosa, sencilla y vivificante. Muchos otros grandes científicos, sin embargo, son ateos. Ambas conclusiones son posiciones de fe», responde.

Un ateo que cambia de opinión
Recientemente, el filósofo y por largo tiempo ateo Anthony Flew, cambió de opinión y decidió que, sobre la base de estos elementos y pruebas, era necesario creer en Dios: «Creo que estos argumentos son sugerentes y ayudan a sostenener la fe en Dios», comenta William Phillips, «pero no son concluyentes. Yo creo en Dios porque siento la presencia de Dios en mi vida, porque puedo ver la evidencia de la bondad de Dios en el mundo, porque creo en el amor y porque creo que Dios es amor».

¿Dudas sobre Dios?
¿Esto le hace una mejor persona o un físico mejor que otros? «Difícilmente. Conozco un montón de ateos que son mejores personas y mejores científicos que yo. ¿Esto libra de dudas sobre la existencia de Dios? Difícilmente también. Las preguntas sobre el mal en el mundo, el sufrimiento de niños inocentes, la variedad del pensamiento religioso y otros imponderables suelen dejar a menudo en el aire la cuestión de si estoy en lo cierto, y me hacen constatar siempre mi ignorancia. A pesar de todo esto, creo más gracias a la Ciencia que a pesar de ella», concluye el premio Nobel.

«Como está escrito en la Epístola a los Hebreos, "la fe es la garantía de los bienes que se esperan, la plena certeza de las realidades que no se ven"».










jueves, 5 de diciembre de 2013

Me lo eduquen, gracias


“Los padres queremos tanto a nuestros hijos que no los podemos educar; por eso los llevamos al colegio para que sean otros los que lo hagan por nosotros.”

artículo de Pilar Guembe y Carlos Goñi / http://blogs.aceprensa.com/familiaactual/me-lo-eduquen-gracias/


Estas palabras se las escuchamos recientemente al ponente de una conferencia que trataba sobre la felicidad. Aunque fue una digresión autobiográfica y anecdótica, traída a cuento por una pregunta de alguien del público, la defendió y justificó como si fuera una tesis principal. Y así lo creía él. El amor que sienten los padres por sus hijos, explicó, es tan grande que les impide educarlos: para que una madre o un padre exija a su hijo, le ponga límites, le castigue, le diga que “no” o simplemente le corrija, tiene que hacer violencia al natural amor que le une a él. “Por eso –continuó– los llevamos al colegio, donde nos los educan, les exigen, les ponen límites, les castigan, les dicen que “no” y les corrigen, cosas que no podemos hacer nosotros, justamente por ser sus padres”.

No podemos estar más en desacuerdo con este padre (porque en ese momento no hablaba como catedrático sino como padre), pero nos alegró conocer una opinión tan diferente a la nuestra y, por qué no decirlo, tan bien argumentada y, quizá, más extendida de lo que pensamos. Lo que sí es verdad es que muchas personas opinan como aquel conferenciante: cómo van a exigir a sus hijos con lo que los quieren, cómo van a ponerles limitaciones y a castigarlos, cómo les van a contrariar o a negarles alguna cosa. El amor maternal y paternal nos vuelve no sólo ciegos, sino incapaces de educar. Por eso, contratamos a quienes lo hagan, a gentes extrañas que no están tan emocionalmente unidas a nuestros hijos como lo estamos nosotros, porque en último término la razón es que les queremos demasiado.

Pero justamente por eso los tenemos que educar, tenemos que intentar sacar de cada uno su mejor yo, acompañar su crecimiento y llevarlos a la madurez. Justamente porque los queremos tenemos que aprender a quererlos, tenemos que quererlos bien. Es decir, con el cariño no basta, hay que saber administrar el amor: amar con cabeza sin malgastar el amor, invertirlo adecuadamente y no canjearlo por un activo atractivo (que con el tiempo pueda convertirse en un “activo tóxico”) pero ineficaz.

Llevamos a los hijos al colegio no para que nos los eduquen, sino para que nos ayuden a educarlos. Estamos equivocados si pensamos que otros lo van a hacer por nosotros. Los primeros educadores y los últimos responsables de su educación somos los padres, y lo somos por amor.